Los abundantes árboles de café que cubren las colinas de la región del Huila, en el suroeste de Colombia, son testigos de una lucha.
Las mujeres están ganando terreno poco a poco en la preciada industria cafetera del país —desde el grano hasta la taza humeante— desafiando un patriarcado que ha prevalecido durante generaciones. Algunas dirigen sus propias fincas, mientras que otras forman cooperativas para poner en común sus recursos. Algunas han creado sus propias marcas boutique. Sin embargo, en un momento en que los altos precios de este producto agrícola, las barreras de género siguen impidiéndoles participar plenamente en este negocio en auge.

La sofisticada industria cafetera de Colombia está viviendo uno de sus momentos más favorables en décadas. Los codiciados granos de arábica alcanzaron un precio récord en octubre, cuando los aranceles estadounidenses al principal exportador, Brasil, coincidieron con unas cosechas mediocres a nivel mundial. Los precios se mantuvieron en altos históricos aun cuando los aranceles sobre el café brasileño fueron retirados posteriormente, dado que los compradores siguen cortos de inventario. La producción colombiana alcanzó casi 15 millones de sacos de 60 kilogramosen los 12 meses hasta octubre, lo que supone un aumento del 14% con respecto al año anterior y el nivel más alto para ese periodo desde 1992, según la Federación Nacional de Cafeteros del país. Las exportaciones, incluidos los inventarios, aumentaron más de un 11% hasta alcanzar los 13,4 millones de sacos durante el mismo periodo, de los cuales alrededor del 40% se destinó al mercado estadounidense.
Algunas mujeres participan ahora directamente en las ganancias. Por primera vez en casi un siglo, dirigen dos de los 15 comités regionales de la influyente federación, que compra café nacional a precios garantizados. Las mujeres también representan casi un tercio de los 525.000 caficultores registrados en Colombia, más de 10 puntos porcentuales más que a finales de la década de 1990. Sin embargo, siguen estando subrepresentadas en el liderazgo y las retribuciones económicas del sector. Además, su creciente visibilidad no se ha traducido en un mayor poder de decisión ni en un mayor acceso a los recursos.
En el corazón cafetero del Huila, el reto para las mujeres suele comenzar en casa. Nery Muñoz, de 47 años, dirige una pequeña asociación de caficultores en Palestina, un municipio conocido por sus cafés especiales. Como miles de otras mujeres, asume las tareas domésticas y pasa largas jornadas en el campo, una realidad que casi no ha cambiado a pesar del auge del sector.
“Cuando tengo que ir a una capacitación o a una reunión, me tengo que asegurar de dejar listos el desayuno, el almuerzo y la cena”, dice Muñoz. “También cuido de mi nieto cuando mi hijo está trabajando. Es un rol que uno asume, de madre, abuela y caficultora a la vez”.
Al igual que muchas partes de Colombia, el departamento del Huila está profundamente marcado por el prolongado conflicto armado y el tráfico ilícito de drogas del país, y la seguridad aquí se está deteriorando. El presidente Gustavo Petro, que termina su mandato de cuatro años en agosto, ha animado a los agricultores locales a sustituir las lucrativas plantas de coca por alternativas consolidadas como el café. Más allá del género, las dificultades de las mujeres muestran lo difícil que puede ser prosperar partiendo desde cero.
En Pitalito, Yineth Sánchez, de 34 años, y otras nueve mujeres tardaron casi un año en formalizar su pequeña cooperativa conocida como Asoproca. Su objetivo es producir y vender café con su propia marca, pero la falta de conocimientos técnicos y jurídicos ha ralentizado su progreso.
“El proceso fue fácil, pero simplemente no teníamos conocimiento y nos causó nervios”, dijo Sánchez, añadiendo que perdieron oportunidades para avanzar. “Inclusive perdimos la oportunidad de participar en un programa del gobierno regional por no estar registrados formalmente”.
Las normas culturales profundamente arraigadas limitan la participación de las mujeres en el sector, afirma Andrea Cano, asesora independiente que trabaja con mujeres emprendedoras y jóvenes agricultores en el Huila.
“No está bien visto que una mujer deje sus tareas domésticas para asistir a reuniones o capacitaciones”, explica Cano. “La mayoría carece de una educación formal, lo que les dificulta comunicarse, redactar propuestas o gestionar proyectos”.
Blanca Elcy Ome dirige la Asociación de Mujeres Emprendedoras de La Reserva, conocida como Asmuer. El grupo fue fundado hace una década por amas de casa rurales y mujeres desplazadas por el conflicto, muchas de las cuales habían crecido rodeadas de café, pero carecían de la formación necesaria para participar plenamente en el negocio.
Blanca y sus socias han creado su propia marca de café y han recibido el apoyo de varias entidades públicas, incluida la donación de una máquina torrefactora de café por parte de la Gobernación del Huila. Han reinvertido sus ganancias para comprar otra moledora y ahora están trabajando en un proyecto para abrir una cafetería, pero necesitan al menos 30 millones de pesos (US$7.858) para hacerlo realidad. Ahí es donde la mayoría de las mujeres se quedan estancadas.
Difícil acceso al crédito
Alrededor del 51% de los colombianos tienen acceso al crédito formal en todo el país, pero esa cifra se reduce a entre el 17% y el 20% en las zonas rurales, según Asobancaria, la Asociación Bancaria y de Entidades Financieras de Colombia. Si bien la brecha de género en el acceso rural es relativamente pequeña (18% para los hombres frente al 16% para las mujeres), los retos son estructurales e incluyen los costos de generar préstamos, la escasa información contable, los conocimientos financieros limitados y los persistentes prejuicios de género.
“Existen sesgos cognitivos entre los asesores de crédito”, comenta Jaime Rincón, director de transformación digital e inclusión financiera de Asobancaria. “Ven a una mujer sin título de propiedad, tímida o con menos confianza, y prefieren prestarle a un hombre”.
Aunque las mujeres tienden a tener menores índices de morosidad en los préstamos a 90 días, rara vez obtienen mejores condiciones o un acceso más fácil al crédito. “Las mujeres en zonas rurales desempeñan funciones esenciales, pero no son remuneradas, como cuidadoras”, añade Rincón. “Eso dificulta demostrar su capacidad de pago”.
Muchas viven y trabajan en fincas que consideran propias, pero no tienen títulos de propiedad formales, un requisito clave para acceder al crédito o afiliarse a cooperativas.
En toda Colombia, las mujeres representan el 25% de la producción nacional de café y administran el 26% de las áreas sembradas, según datos de la federación. Sin embargo, sus fincas suelen ser más pequeñas, ya que el 59% de las productoras cultivan menos de una hectárea, en comparación con el 51,2% de los hombres.
Hace seis años, Edmy Yojana Correa, de 44 años, y su marido Andrés compraron una finca de 1,5 hectáreas en San Agustín, otro municipio del Huila, y sembraron 7.450 árboles de cuatro variedades. Ella evita los fertilizantes químicos y ha obtenido el sello Rainforest Alliance, lo que le permite vender a un precio superior al que ofrece la federación. Al igual que muchos de sus compañeros, está tratando de consolidar su marca participando en ferias y tocando en diferentes puertas.
Ha sido un año excepcional, con precios altos y una producción estable, dijo Edmy. Pero los costos de los fertilizantes orgánicos y la mano de obra han aumentado. Los recolectores de café tradicionales están envejeciendo y las generaciones más jóvenes no están interesadas en el trabajo agrícola, dijo. A diferencia de otros productos agrícolas, es casi imposible mecanizar la recolección del café aquí debido al terreno montañoso y remoto.
Edmy solicitó recientemente un préstamo a un banco privado, pero se lo negaron.
El sector público intenta llenar ese vacío. Sin embargo, solo puede llegar hasta cierto punto en una economía rural en la que el 80% de la mano de obra es informal.
El fondo estatal colombiano de desarrollo agrícola Finagro, que proporciona créditos, garantías y subvenciones a los agricultores, ha descubierto que, de cada 100 solicitantes de préstamos, solo el 31% son mujeres. Aun así, el fondo señala que los préstamos destinados a las mujeres han ido aumentando gradualmente, y que los proyectos dirigidos por mujeres han recibido el equivalente a casi US$300 millones en los últimos tres años.
A veces, las mujeres tienen un golpe de suerte. Durante una visita a la finca de Edmy, un funcionario de la federación de cafeteros mencionó una línea de crédito adaptada a personas con su perfil.
“Si no fuera por ese extensionista de la federación, no me habría enterado”, cuenta. El Banco Agrario, con una garantía de Finagro, le prestó US$2.000. No es mucho, pero junto con algunos ahorros es suficiente para fertilizar y preparar la cosecha del próximo año.
La mayoría de las pequeñas cooperativas dirigidas por mujeres siguen teniendo dificultades para comercializar su producción a precios competitivos, especialmente en comparación con los agricultores cualificados que cuentan con la logística y la capacidad de comercialización de la federación.
“Nuestro objetivo es exportar nuestro café a un precio justo que compense todo el procesamiento y esfuerzo que le invertimos”, dice Blanca. Con la ayuda de las autoridades locales, su cooperativa ha adquirido maquinaria para gestionar toda la cadena de producción, hasta el empacado final.
La lucha continúa. A medida que el mundo consume más café y está dispuesto a pagar más por los granos de primera calidad de Colombia, muchos de los que lo hacen posible siguen esperando recibir una parte justa de las ganancias.
“Necesitamos más apoyo”, dijo Edmy antes de una reciente feria del café en Bogotá, la capital del país.
“Sé que hay un cliente para mi café. Solo tengo que buscarlo”.
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