Casa de campo Claudia Calero Cifuentes

Votar por el 'Club de los amigos'

17 de diciembre de 2025
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En Colombia estamos entrando en un terreno preocupante: la política del “me cae bien” o “es mi amigo”. ¿Por qué preocupa? Porque cuando el país decide con el corazón o con el estómago y no con el cerebro, termina abriendo espacio al amiguismo y a la simpatía personal, en vez de elegir a los que verdaderamente tiene la capacidad para gobernar.

La historia latinoamericana lo ha mostrado una y otra vez. Los lideres populistas se instalan aprovechándose de las emociones. Se basan en promesas de cambio que no tienen un norte claro, solo frases bonitas o, como lo mencioné en otra columna, en gritos que, por cierto, hoy son los protagonistas.

Ingenuos no podemos ser. Todo caudillo, independiente de la línea ideológica, va a aprovechar cualquier vacío que identifique. Y eso es contrario al norte que debemos tener, es decir, a la visión rigurosa del país que queremos. El que elijamos debe tener el foco en las instituciones y en las políticas públicas que Colombia necesita y merece.

Por eso el debate de fondo no es si nos gusta o no determinado candidato. El debate es mucho más serio: ¿Quién debe liderar Colombia? ¿Qué prioridades necesitan ser atendidas urgentemente? ¿Cuáles son las propuestas que se deben formular para mediano y largo plazo? ¿Cómo lo va a hacer? ¿Quién tiene la capacidad y la ética para hacerlo? ¿Quién trae el mejor equipo para gobernar?

Las naciones que progresan son las que se alejan del sentimentalismo político, entendido éste como la sustitución de la razón y el debate informado por la manipulación de emociones para obtener apoyo político. Sin embargo, estos modelos se están registrando en todo el mundo. Pero si nos situamos en el “deber ser”, los países que avanzan no eligen amigos porque son sus amigos; eligen equipos competentes. No votan por frases o eslóganes bonitos, votan por las capacidades. No delegan su futuro en el más carismático, o en el que mejor baila, sino en el más preparado.

Colombia y sobre todo su ruralidad, con todo lo que está pasando en los territorios, no puede permitir que se dé una elección guiada por estados de ánimo. Colombia necesita líderes que tengan visión, que no se dejen llevar por los impulsos y que tengan ganas de transformar este país contando con todos - no sólo con los amigos-. Pensar el país con la seriedad necesaria, implica reconocer que la emoción es un buen punto de partida, pero eso sí, un pésimo criterio para gobernar.

Quienes queremos a este país, quienes queremos seguir apostándole, y quienes nos quedamos haciendo patria, no podemos permitir que la rabia, la indignación o el descontento nos atrape. Si esto avanza se capitalizará el riesgo de escoger al amigo que no tiene las competencias ni el equipo; al que grita fuerte y eleva los ánimos porque eso genera emoción, pero que no tiene brújula ni tampoco apuesta por las políticas públicas ni los planes y programas que Colombia necesita.

En todo caso, corremos el riesgo de elegir a quien no tiene idea cómo resolver, a quien se monta en cualquier bus porque no sabe hacia dónde ir. Y peor aún: terminaremos eligiendo a alguien que gobierne no para el país, sino para sí mismo, para su ego o para su propio beneficio. Ahí el amiguismo toca el techo.

Si el mérito no se pone en el primer lugar, los países retroceden. Esa lógica condena a las naciones, sencillamente, porque la ley ya no pesa y aparece un modelo de gobierno emocional, volátil y sin estrategia.

Y en este país con tantos retos, con tantas necesidades y expectativas, ese lujo no nos lo podemos dar, porque las generaciones futuras nos pasarán factura.

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